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a guerra nuclear que todos ya sentían llegar resultó ser inevitable. Las bombas golpearon contra la ciudad, una tras otra,  destruyendo todo a su paso al ritmo de las estruendosas sirenas y los gritos desesperados de los habitantes que huían sin aparente salvación. La desesperación es inexplicable; la tristeza y el dolor consume cada alma que corre requiriendo todas sus fuerzas. Muchos no avanzan, caen rendidos y nadie se detiene a tenderles una mano: quedan en el olvido, expuestos a morir bajo los pies apresurados de otros. Los más fuertes siguen pero ¿hacia dónde? No hay salida, toda Moscú está bajo ataque, pero ellos corren siguiendo sus instintos... avanzan contra todo pronostico por unos minutos o segundos más de vida. Hasta que la esperanza aparece frente a sus ojos: las puertas de la estación del Metro se abre y por ellas muchos entran, para protegerse en los subterráneos y alejarse de todo el peligro de la superficie.

Cuarenta mil personas lograron ingresar a la gran linea del Metro y muchas de ellas no han vuelto a salir jamás. El Metro, el cual había sido construido como un bunker militar, se convirtió en el mejor refugio existente para tanta destrucción. Es el nuevo hogar de miles, aunque muchos lo consideran un infierno. Es la chispa de esperanza que todos necesitan pero también el lugar ideal para sucumbir en la locura. La red del metro ofrece posibilidades, peligros y mucho esfuerzo. Pero ante todo, Metro es la última luz entre tanta tiniebla.